Visitamos
en el municipio de Pantón, en plena Ribeira Sacra lucense, la Iglesia Románica de San Miguel de
Eiré, del último cuarto del siglo XII, la única parte que ha
llegado hasta hoy de un antiguo monasterio benedictino femenino.
En
esta Parte I vamos a saber algo acerca de su historia y a recorrer
las fachadas de la iglesia, el ábside, la torre (que le confiere ese
aspecto tan particular), la interesante portada norte y la Capilla de
la Magdalena. En todo el exterior de la iglesia hay una gran
profusión de canecillos y capiteles con las más diversas
representaciones.
Click Aquí para ver la Parte II, el Interior.
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Coordenadas
de situación de Pantón en Galicia. Amplíe el mapa y llegará a la
Iglesia Románica de San Miguel de Eiré: 42.518289, -7.647805
Nota:
Los textos en cursiva han sido extraídos de la Tesis Doctoral
de la Profesora Dª Teresa Claudina Moure Pena, que lleva por título:
Los Monasterios Benedictinos Femeninos en Galicia en la Baja Edad
Media: Arquitectura y Escultura Monumental (pags. 71 a 108), año
2015. La autora es Licenciada en Geografía e Historia (Universidad
de Santiago de Compostela). Especialidad de Historia del Arte Antigua
y Medieval y de Museología.
Iniciamos
la visita con unas notas que la autora titula como: Revisión
histórico-documental.
El
antiguo monasterio benedictino de San Miguel de Eiré se encontraba
situado en la comarca lucense de Terra de Lemos, dentro del municipio
de Pantón y partido judicial de Monforte, al borde de la carretera
que une la localidad de Escairón y Ferreira, dentro del término
parroquial San Xulián de Eiré y en el lugar conocido como O
Mosteiro.
El
único testimonio arqueológico que sobrevive de todo el complejo es
la iglesia -convertida con la desaparición de la comunidad monástica
en parroquial de Eiré hasta mediados del siglo XIX cuando dichas
funciones serán asumidas por el cercano templo de San Xulián – y
restos de una pequeña capilla funeraria adosada a ésta.
La
pérdida casi total de la documentación de Eiré justifica que el
conocimiento de su etapa medieval no pueda alcanzar en ningún
caso los niveles que es posible lograr en la reconstrucción del
capítulo inicial de la vida de otros monasterios benedictinos
femeninos gallegos; carecemos de referencias sobre la personalidad de
los fundadores, aunque podemos conjeturar se trataría en origen, y
como podemos observar en otros casos afines, de un monasterio
familiar y dúplice.
Esta
hipótesis no sería en absoluto descartable si aceptamos, conforme
señaló en su día Yánez Neira, como perteneciente a San Miguel de
Eiré la donación realizada en el año 962 por una mujer
llamada Seniberta a los fratis et sororibus que vivían en el locum
Sancti Michaelis.
Este testimonio constituiría, hoy por hoy, la primera mención
explícita al monasterio de San Miguel de Eiré, ratificando asimismo
sus orígenes como comunidad dúplice.
La
parquedad de datos documentales hace prácticamente imposible
precisar en qué momento la congregación abandonaría su carácter
dúplice para convertirse en una comunidad femenina bajo la
observancia benedictina.
Por
otro lado, los restos arqueológicos conservados, aunque escasos,
confirmarían la realidad de unas dependencias primigenias edificadas
conforme a los planteamientos prerrománicos de la época. En efecto,
las referencias documentales a que hemos hecho mención se
complementan con el aporte arqueológico de una pequeña ventana
geminada con doble arco de herradura sobre aljimez de sencilla y
rudimentaria traza semejante a las ventanas mozárabes conservadas en
otros templos gallegos. Dicha pieza se conserva actualmente en el
interior del templo, a donde fue trasladada desde la portada
occidental en la que se hallaba empotrada en una puerta cegada que
daba acceso al edificio.
Este
resto arqueológico es de gran interés, ya que permite retrotraer
con cierta seguridad la existencia de actividad en el lugar desde, al
menos, los comienzos del siglo X. Quizás, no podemos asegurarlo, se
tratase de unas dependencias monásticas modestas aunque suficientes
para emprender el proyecto de vida en comunidad y un oratorio o
capilla destinada a los actos litúrgicos.
Tras
la donación realizada por Seniberta, la existencia del monasterio se
asociará a una completa oscuridad caracterizada por la inexistencia
de documentación o de alguna referencia a la comunidad religiosa
hasta el 26 de enero del año 1108, cuando la condesa doña Jimena
Sánchez hace entrega a la comunidad de religiosas de Ferreira de
Pantón de todas sus posesiones en las comarcas de Lemos, Sarria y
Asma; entre los numerosos confirmantes de la donación figura el
nombre de Eldonza, quien se hace citar como abbatisa in Agiree
encabezando así el abadologio de la extinta comunidad monástica.
Tras
el privilegio otorgado en el año 1129 por el el rey Alfonso VII, que
decide acotar el monasterio y sus bienes, la comunidad monástica
prosperó, y al favor real que disfrutó durante buena parte de su
historia hay que añadir las donaciones particulares; sobre todo
donaciones de nobles como la efectuada en el año 1199 por doña
Urraca Fernández, hija del conde Fernán Pérez de Traba.
Los
siglos XIII y XIV constituyen un período de absoluto silencio. A lo
largo del siglo XV es notable el protagonismo adquirido por los
nobles encomenderos, quienes se intrusaban a título de encomienda o
de aforamiento perpetuo en las haciendas y jurisdicciones monásticas,
aprovechando su poderío militar para apoderarse de las rentas e
imponer pesadas cargas a los vasallos. Las quejas por razón de tales
incidentes se hicieron cada vez más frecuentes a lo largo de los
reinados de Enrique III y Juan II.
El
reconocimiento que los monarcas habían tenido hacia el monasterio
desde sus orígenes mereció que Enrique III, el 23 de febrero de
1401, le otorgase un privilegio confirmando todas las prerrogativas
que los reyes anteriores habían concedido al monasterio.
En
1404 la abadesa doña Aldara Fernández vuelve a solicitar el apoyo
del monarca para hacer frente a los abusos de varios nobles y
caballeros locales. La protección real fue bastante fructífera, y
la comunidad pudo librase de la opresiva encomienda nobiliaria y
continuar manteniendo sus posesiones y cobrando sus rentas.
A
partir de esta fecha la parquedad de la documentación conservada
dificulta de forma notable un mayor conocimiento de su realidad
histórica a lo largo de este periodo.
Todo
parece indicar que el abadiazgo de doña Inés Fernández será el
último de la larga historia del monasterio benedictino de San Miguel
de Eiré, ya que la reforma de los institutos benedictinos supuso la
incorporación de este monasterio al de San Paio de Antealtares. Una
bula de Julio II ordenaba su unificación al monasterio compostelano
el día 1 de octubre del año 1504, quedando así finalmente
incorporada la comunidad de Eiré a Antealtares.
Con
la supresión de la comunidad monástica, el templo adquirirá
funciones parroquiales hasta el año 1599 cuando el obispo Otuday
unía las iglesias de San Xulián y San Miguel de Eiré hasta el
arreglo parroquial del año 1890 por el que fue suprimida la
parroquia de Eiré y sus lugares agregados a San Julián y a otras
parroquias limítrofes.
Tras
la incorporación de las rentas el Hospital Real será el encargado
de administrar el patrimonio del antiguo monasterio benedictino y
velar por su estado de conservación. El abandono
definitivo, la ruina y la decadencia de sus construcciones fueron
inevitables, del conjunto de edificaciones que en otros tiempos
configuraron el monasterio tan sólo el actual templo románico se
corresponde, en líneas generales con la primitiva iglesia abacial
declarada Monumento Histórico Nacional el 2 de julio de 1964 tras lo
cual recibió la necesaria restauración que exigía un monumento de
esta importancia.
Entrada
principal
actual a la iglesia, por
la fachada norte. Como
aún permanece cerrada vamos a acercarnos a la fachada oeste para
continuar la visita centrándonos en el exterior de este
extraordinario monumento.
Rodeamos
el muro exterior...
...y
llegamos a la fachada occidental.
Antes
de continuar nos deleitamos un momento con las vistas.
Ante
la ausencia de actividad arqueológica en el entorno, el templo es lo
único que se conserva del antiguo monasterio de Eiré. El edificio
es, por su calidad tanto arquitectónica como escultórica, no de los
edificios románicos más significativos solo de la comarca de
Pantón, sino de la provincia de Lugo.
El
templo, fruto de una única campaña constructiva, es una sencilla
edificación propia de un monasterio de poca entidad. Edificado en
excelente sillería, posee una sola nave con crucero esbozado y
ábside con las dos partes características presbiterio recto y
capilla absidial
semicircular.
El
muro occidental, de aspecto igualmente tectónico, aparece articulado
en portada de medio punto, puerta adintelada y vano.
En
cuanto a la puerta principal de acceso, ésta sorprende por su
simplicidad; es una pequeña portada de arco de medio punto que
carece de columnas de apoyo haciendo de jambas el mismo muro de
cierre de la nave. Ajena por completo a la tradición constructiva
románica galaica, la fachada de Eiré reitera un prototipo asumido
por los constructores de los templos burgaleses que definen un
hastial occidental diferenciado por su articulación paramental
sobria desplazando el protagonismo arquitectónico y estético a las
portadas laterales.
A
media altura, coincidiendo al interior con el espacio de la tribuna,
se abre una singular puerta rematada en un tímpano polígonal
desornamentado y apoyado sobre sencillas ménsulas decoradas con
motivos vegetales muy elementales. La disposición de esta puerta de
acceso, ahora tapiada, sobre la puerta principal de la fachada
occidental no deja de sorprender, por la altura a la que se ubica,
como simple conjetura se puede aventurar, que tal vez el acceso al
templo por los miembros de la comunidad se efectuase por aquí,
lo que permitiría ubicar las dependencias en esta zona.
En
la parte alta destaca la presencia de una ventana bajo arco de medio
punto abocelado y perfilado por una chambrana de doble fila de
billetes, el arco apea sobre columnas acodilladas de rudas basas
áticas sobre plintos semicirculares y capiteles vegetales.
Seguimos,
ahora en la fachada sur.
El
cuerpo de la nave ofrece sus muros delimitados por estribos
prismáticos; dos actúan como contrafuertes del arco triunfal, de la
cubierta del falso crucero y torre, y otros dos marcan la separación
con el hastial occidental.
El
muro sur
está coronado por una simple imposta sustentada por canecillos, y
dos saeteras de medio punto y estrecha luz abiertas en cada uno de
los tramos rectangulares en los que se divide interiormente el
templo.
Canecillos
de este muro sur. De izquierda a derecha representan: Hoja
lanceolada, bola de gran tamaño, objeto cilíndrico y rollos
superpuestos.
De
izquierda a derecha: Bola de gran tamaño; piñas
superpuestas; una en el centro y dos en cada uno de los extremos;
cabeza y patas delanteras de macho cabrío y can
cobijando un objeto ovalado difícil de identificar.
De
izquierda a derecha: Dos
representaciones de cabeza y patas delanteras de animal carnívoro;
piñas superpuestas; una en el centro y dos en cada uno de los
extremos y figura de animal muy deteriorado.
Los
muros exteriores del crucero, seguramente por su función, presentan
unos planteamientos algo diferenciados respecto al resto del
paramento de la nave; aquí la cornisa se articula con ménsulas
figurativas, metopas y cobijas decoradas con estrellas-rosetas.
Antes
de continuar, unas notas de la autora acerca del programa escultórico
de la iglesia:
Una
de las particulares que ha hecho célebre el templo de San Miguel de
Eiré, al margen de su singularidad constructiva, es, sin lugar a
dudas, la excepcionalidad de su programa escultórico, de una
atractiva variedad calidad y extraña riqueza iconográfica. Podemos
observar que aunque domina en la iglesia lo tectónico, como para
excusarse de tanta solidez, se reviste de escultura cada soporte
propicio a acogerla; la profusión de soportes nos deja ante uno de
los conjuntos escultóricos más nutridos del románico lucense.
Pese
al gran protagonismo de la arquitectura, la escultura monumental en
este templo es abundante y variada, tanto desde un punto de vista
iconográfico como de ubicación por que el programa figurativo se
distribuye entre los 68 canecillos que recorren todo el perímetro de
la iglesia, la torre, e interior de la nave, los 21 capiteles del
interior y exterior de la nave, torre, ábside y hastial occidental,
los 4 capiteles y ménsulas de las portadas occidental y
septentrional y los relieves de esta última portada e interior del
ábside.
Todo
este abundante programa escultórico está realizado por un taller
que combina un repertorio sacro –Agnus Dei, símbolos del
Tetramorfos- un amplio elenco de temas profanos –figuras femeninas
y masculinas en actitudes exhibicionistas y procaces, rostros
masculinos- temática vegetal, geométrica y animalística.
Sobre
el tramo del crucero, como en los edificios burgaleses que hemos
visto, se alza una torre rectangular dotada de dos cuerpos separados
entre sí por una sencilla moldura de triple línea de billetes.
Es
difícil precisar sobre la presencia de una torre circular que
serviría para acceder a la torre siguiendo los planteamientos de los
prototipos burgaleses. Hasta la restauración emprendida en los años
60 del siglo XX, el acceso a la torre se realizaba por medio de una
escalera de caracol realizada en madera adosada al paramento
septentrional.
El
cuerpo inferior no presenta ningún tipo de articulación mural y en
el superior se abren, en la cara oriental y occidental, sendos vanos
geminados de arcos de medio punto con chambrana billeteada que apean
en columnas acodilladas y una semicolumna en medio a modo de parteluz
–sus capiteles reciben decoración vegetal -.
Al
mismo tiempo, su cara septentrional y meridional se articulan con un
vano de medio punto con chambrana billeteada.
Capitel
de la izquierda: Pareja de felinos afrontados de manera simétrica
dispuestos uno en cada cara de la cesta. Los animales fusionan sus
cuellos y cabezas en el ángulo del soporte y se sujetan con las
garras al collarino. Los otros dos capiteles de la imagen
reciben decoración vegetal, como se menciona.
Ábside.
El
diseño de la cabecera remite claramente a obras del románico
burgalés de la segunda mitad del siglo XII en todo su repertorio de
recursos constructivos.
Se
asienta la cabecera exteriormente sobre un zócalo de notable altura,
que se escalona proporcionando superficie de apoyo a las columnas y a
los contrafuertes que lo articulan en el tramo recto. Al exterior el
ábside articula verticalmente sus paramentos en cinco paños –tres
pertenecientes al tambor y dos al tramo recto –.
Canecillos
de este tramo recto sur del ábside. De izquierda a derecha: Piña
de gran tamaño; cabeza
de animal carnívoro (lobo o perro), de frente y mirando al
espectador, presenta orejas erguidas, hocico prominente
y rasgos poco marcados; forma cilíndrica atada por
unas lías.
Capitel
de esta semicolumna del ábside. La interpretación de la autora:
Grandes hojas con arista central marcada cuyos extremos inferior y
superior se proyectan hacia el centro de la cesta uniéndose y
configurando formas circulares similares a una secuencia de anillos
de una acentuada plasticidad y rotundidad volumétrica.
La
articulación del tramo semicircular se efectúa mediante
contrafuertes mixtos de sección prismática que se elevan hasta poco
más de un tercio de su altura total rematados en columnas de fustes
despiezados en semitambores que alcanzan con su capitel la línea de
la cornisa.
Canecillos
de esta parte del tambor. Estos son dos de ellos. Izquierda: Vástago
rematado en una poma de gran tamaño. Derecha: Triple escocia
superpuesta cobijando pomas. En la parte alta del soporte figura una
inscripción con el nombre del autor P FEC.
Nótese
que: Bajo
la cornisa del ábside las ménsulas figurativas alternan con metopas
y cobijas decoradas con motivos geométricos en forma de círculos
concéntricos y estrellas-rosetas.
Y
estos son los otros dos canecillos de esta parte del tambor.
Izquierda: Animal representado de espaldas y con la cabeza vuelta.
Derecha: Rollos superpuestos.
De
los vanos que animan los muros del ábside solo
el del tramo central, situado en el eje, está cobijado
por un arco de medio punto en resalte de doble rosca. Perfila el arco
una pequeña chambrana con doble fila de billetes.
Los
otros dos vanos –ambos descentrados- son más elementales; medio
punto y de luz estrecha, desprovistos de cualquier motivo ornamental.
Capiteles
de las semicolumnas de este tramo central del ábside:
Derecha:
Hojas lisas con arista central sugerida, rematadas en volutas
divergentes que se proyectan hacia fuera en la parte alta y unidas a
la base de la hoja por un apéndice.
Izquierda:
Composición de hojas lisas rematadas en cabezas de animales. De
sus fauces brota un apéndice que, de manera semejante a los
caulículos, se une a la base de las hojas.
Capiteles
de la ventana de este tramo central del ábside:
Izquierda:
Tres animales carnívoros en actitud amenazante dispuestos a lo
largo de la cesta en una composición un tanto incoherente ya que uno
se dispone ocupando todo el ángulo central, de espaldas al
espectador y sujetándose con las garras a la parte alta de la cesta;
los otros dos se disponen uno a cada lado, de pie sobre las patas
traseras, cuerpo de perfil, cabeza vuelta hacia la izquierda y patas
delanteras erguidas hacia la parte alta de la cesta.
Derecha:
Animales enfrentados en actitud amenazante ocupando una cara de la
cesta cada uno en una posición un tanto forzada y entre ambos
motivos geométricos –estrella de cuatro puntas y circulo-.
Canecillos
de este tramo central. Estos son dos de ellos. Izquierda: Cabeza y
patas delanteras de un animal (bovino). Derecha: Pareja en
actitud amorosa.
Estos
son los otros dos canecillos del tramo central. Izquierda: Grueso
vástago del que pende una poma de gran tamaño. Derecha: Animal
representado de espaldas y con la cabeza vuelta.
En
el tramo recto que precede al ábside sólo
se abren unos pequeños vanos con la misma simplicidad de líneas
constructivas que sus precedentes, aunque éstos se disponen en el
eje del tramo.
Canecillos
de esta parte del tambor, la norte. De izquierda a derecha: Cabeza
y cuartos delanteros de carnívoro (lobo o perro); pareja
en actitud amorosa muy deteriorada y otra cabeza y cuartos
delanteros de un animal carnívoro (lobo o perro).
Capitel
que se ve en la imagen: Composición de hojas que se proyectan en
la parte alta al exterior con notable plasticidad y rematando en
cabezas de equino.
Y
estos son los canecillos del otro tramo recto del ábside: De
izquierda a derecha: 5 piñas, una central y las otras cuatro
dispuestas en los extremos; cabeza humana de ruda talla y
somera caracterización y cabeza y cuartos delanteros de un
animal carnívoro (lobo).
Nos
dirigimos ahora hacia la entrada que antes estaba cerrada para ver la
fachada y portada norte, o septentrional.
Estamos
ya en la Capilla de la Magdalena. En este lado norte de la iglesia,
primero veremos la capilla, a continuación nos centraremos en la
fachada y sus canecillos y posteriormente y antes de entrar en la
iglesia nos fijaremos en la rica portada de esta fachada.
En
un momento inmediatamente posterior, se construye una capilla de
evidente funcionalidad funeraria conocida antiguamente como Capilla
de la Magdalena adosada al paramento septentrional del templo.
Desconocemos
quienes eran sus propietarios ya que apenas se han conservado restos
arqueológicos, a excepción de dos sepulcros en muy mal estado de
conservación que apenas revelan información alguna sobre sus
titulares. Uno de ellos presenta en la cubierta un escudo de armas
con los caracteres muy erosionados y una espada; el segundo ofrece su
cubierta completamente limpia de motivos decorativos o caracteres
identificativos.
Esta
primitiva capilla se encuentra hoy en día muy arruinada; solo se
conserva el espacio correspondiente a la cabecera y ha perdido su
cubrición. La cabecera, orientada litúrgicamente y de planta
rectangular, está edificada en cuidada sillería muy afectada por la
humedad y los líquenes.
El
tramo oriental exhibe un pequeño rosetón de traza muy simple y
elemental con su moldura perimetral en arista viva y que,
posiblemente constituyese la única entrada de luz junto con la
saetera de medio punto y luz muy estrecha que se abre en el paramento
septentrional.
Al
exterior se manifiesta la simplicidad de líneas constructivas y la
única concesión a algún tipo de elemento escultórico se hace en
la serie de siete canecillos dispuestos sobre el rosetón (ojo, a
la derecha de la imagen) y que sustentarían la primitiva cornisa.
Todos ellos se ornamentan con motivos geométricos muy elementales.
Ahora
vamos a centrarnos en la fachada y sus canecillos.
El
muro norte es semejante al muro sur,
a excepción de una portada abierta en el primer tramo de la nave, de
mayor empaque que la del hastial occidental. Está coronado por una
simple imposta sustentada por canecillos, y dos saeteras de medio
punto y estrecha luz abiertas en cada uno de los tramos rectangulares
en los que se divide interiormente el templo.
El
primer canecillo de la izquierda representa una cabeza
de monstruo con largas orejas y fauces abiertas
(aunque la imagen no permite
verlo con claridad).
Esta
es la parte de la fachada que corresponde al interior con el crucero
Repetimos aquí estas palabras de la autora: Los
muros exteriores del crucero, seguramente por su función, presentan
unos planteamientos algo diferenciados respecto al resto del
paramento de la nave; aquí la cornisa se articula con ménsulas
figurativas, metopas y cobijas decoradas con estrellas-rosetas.
Canecillos.
De izquierda a derecha: Can
con cavetos rematados en los extremos en volutas; animal representado
de cuerpo entero pero muy deteriorado; hombre desnudo y encorvado
haciendo sus necesidades corporales; hoja de gran tamaño y de
perfiles marcados albergando una poma y monstruo muy deteriorado.
Estos
canecillos representan, de izquierda a derecha: Monstruo muy
deteriorado (ya visto en la imagen anterior); representación
muy deteriorada y figura masculina, de frente y de pie,
mostrando los genitales en una escena de onanismo.
De
izquierda a derecha: Cabeza y patas delanteras de un animal
carnívoro muy deteriorado; rollos superpuestos;
monstruo dispuesto de espaldas, y cabeza vuelta hacia el
espectador, entreabriendo las fauces y mostrando los dientes;
cabeza y patas delanteras de un macho cabrío.
Otra
vez, de izquierda a derecha: cabeza y patas delanteras de
un animal carnívoro; triple escocia cobijando una bola
cada una; figura masculina desnuda de frente y sentada, con la
mano izquierda sobre la barba en actitud pensativa. Se encuentra
deteriorada pero todo sugiere que nos encontramos ante una escena de
onanismo; los genitales y la mano derecha están fragmentados.
Ahora
damos un descanso a nuestro cuello y posamos la mirada en la portada
de esta fachada norte.
Especial
atención se debe prestar al estudio de la portada septentrional ya
que más allá de su valor estructural y su función, presenta un
componente estético realzado por la utilización con valores
plásticos de elementos aparentemente estructurales como las
arquivoltas, dovelas, tímpano, ménsulas y capiteles. En apariencia,
el conjunto recibe un tratamiento claramente diferenciado.
Esta
portada es resultado de la confluencia de concepciones importadas del
románico catalán con recursos estéticos de progenie
castellano-leoneses.
Las
columnas que soportan la arquivolta interna muestran capiteles
ornamentados con composiciones vegetales en las que domina el
decorativismo y un barroquismo semejante a las composiciones del
interior; ciertamente, el capitel de la columna derecha se decora con
tres grandes hojas ornadas con tallos ramificados en hojas de perfil
palmeado que cobijan heptapétalas y tetrapétalas de botón central.
Su
paralelo muestra una composición similar pero en este caso las hojas
cobijan una tetrapétala y dos cabezas humanas masculinas barbadas de
aire grave dispuestas en posición inversa a la habitual –es decir
cabeza abajo.
Capítulo
aparte merece - por el mayor esfuerzo decorativo y su calidad - las
ménsulas que sustentan el tímpano; la de la izquierda muestra una
gran hoja ornada con un tallo ramificado en hojas de perfil palmeado
que rematan en volutas divergentes de las que pende una cabeza humana
masculina barbada reiterando el modelo ya visto pero con la salvedad
de que incorpora entre las dos volutas y bajo la cabeza una curiosa
mano mostrando la palma.
La
otra ménsula se decora con una pareja de animales, un león y un
toro alados, representados de cuerpo entero y dispuestos de espaldas
al espectador; ambos exhiben cabezas humanas masculinas y barbadas
del mismo estilo que las que complementan las composiciones
vegetales. En la parte superior de las imágenes dos inscripciones
aclaratorias figuran grabadas
-LU y MA- identificando las imágenes del Tetramorfos de los
evangelistas Lucas y Marcos.
El
tímpano carece de valor estético u ornamental limitando su
decoración a una secuencia de motivos geométricos entrelazados y el
foco de atención se desplaza a la clave de la arquivolta externa
decorada con un Agnus Dei, cordero que porta en una de sus patas el
lábaro, e identificado por un tituli explicativo en la misma dóvela
en la que puede leerse los siguientes caracteres A g N – con una
cruz superpuesta sobre la N-.
Es
el momento de entrar en la iglesia. Eso lo veremos en la Parte II.
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