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Museo Arqueolóxico de Ourense. Exposición Antológica. Parte 2. La Edad Media (Siglos VI a XIV).


Ourense. Visitamos el Museo Arqueolóxico, en su sede provisional, en la antigua iglesia de la Venerable Orden Tercera de San Francisco. Aquí se desarrolla la Escolma de escultura, excelsa selección de piezas arqueológicas y escultóricas de todas las épocas históricas, que han ido construyendo la andadura del Museo, desde 1895, cuando de fundó.

En esta Parte 2, un recorrido por la Edad Media y por toda la geografía provincial, desde la Lápida y el Ara de San Pedro de Rocas (siglo VI) al Fuste de Cruceiro del Humilladero de San Francisco, en Ourense (siglo XIV).

Click Aquí para ver la visita completa al Museo.

Lápida de San Pedro de Rocas, datada en el año 573.

Coordenadas de situación de la Sala de Exposiciones San Francisco en Ourense42.336478, -7.860457


Nota: Los responsables del Museo instauraron, ya en 1999, lo que denominaron Pieza del Mes. Cada mes se presentaba y se presenta una de las piezas arqueológicas u obras escultóricas del Museo. Los textos en cursiva que acompañan cada una de las piezas que se van presentando pertenecen a las reseñas elaboradas para cada una de las presentaciones como Pieza del Mes. Toda la información en: http://www.musarqourense.xunta.es/es/.


Iniciamos nuestro paseo por la Edad Media en la provincia de Ourense por el fuste de cruceiro que se ve en primer término. Como puede observarse nos hallamos muy cerca de la parte de la sala que alberga parte de las piezas correspondientes a los siglos XVI a XVIII, que ya vimos en la Parte 1.




Fuste de cruceiro. Mediados del siglo XIV. Granito. Humilladero de San Francisco, Ourense. 140,2 x ø 40 cm.

Pieza del mes: Abril de 2004. Autora de la reseña: M.ª del Pilar Núñez Sánchez. Texto extraído de: http://www.musarqourense.xunta.es/wp-content/files_mf/pm_2004_04_esp.pdf


Esta pieza, que inicia el libro de registro de los fondos del Museo, ingresa por donación del Ayuntamiento de Ourense como se recoge en el primer volumen del Boletín de la Comisión Provincial de Monumentos de Orense (1898-1901), formando parte de la lista de objetos que desde 1895 se obtienen para el nuevo Museo.

En ese mismo Boletín, Arturo Vázquez Núñez menciona la procedencia de este fuste, el Humilladero que existía en el camino del convento “junto al Bosque de San Francisco” según relata un libro manuscrito del siglo XVIII, atribuido al Padre Sarmiento.

Los humilladeros (“humilladoiros” o”milladoiros”) se sitúan en las encrucijadas, lindes de parroquias o en los atrios de las iglesias. En ellos los peregrinos que se dirigen a un lugar de culto religioso apilan piedras por una promesa cumplida o como ritual funerario.

Los cruceros son testimonio de las promesas que se materializan en los humilladeros. Su origen es incierto pero se tienen por creaciones góticas, vinculadas a las órdenes mendicantes, especialmente a los franciscanos, que instituyeron el culto a la cruz en la devoción popular.


El crucero de San Francisco estaba formado por varios elementos. La plataforma, constituida por cuatro escalones o gradas de sillería de forma cuadrangular. Sobre ella, el pedestal, también con la misma forma, del que arranca el varal o fuste y por último la cruz. El conjunto se cubría con una techumbre apoyada en cuatro pilares graníticos de sección octogonal.

Dolores Fraga Sampedro fecha el crucero a mediados del siglo XIV, tras un exhaustivo análisis que la lleva a ponerlo en relación con el templete del Padrão do Salado en Guimarães (Portugal), obra de 1349, y apunta la posibilidad de ser ambos labrados por el mismo taller, pues la tipología, iconografía y disposición de las figuras son muy semejantes.


El fuste, de sección circular, está circundado en la parte superior por cuatro ángeles de cuerpo entero de factura naturalista, apoyados en sendas peanas. Visten doble túnica de pliegues tubulares y de caída vertical. Por encima de sus cabezas y rematando el árbol del crucero, una hermosa fronda serviría de base a la cruz.



En la parte baja, donde acostumbran a estar situados, Adán y Eva, sobre ménsulas y bajo doseletes. Entre ellos el árbol del bien y del mal con la serpiente enroscada, representación esotérica del demonio. El pecado original aparece teatralmente concentrado en un solo instante: la tentación, el pecado y su reconocimiento. Arrepentidos, descubren el pudor y tratan de tapar su desnudez con las manos y con hojas. Eva coge la manzana y Adán aprieta con la mano la garganta tras ingerir el fruto prohibido.


No se conserva la cruz flordelisada que mostraba en el anverso un crucificado bajo umbela imperial y que, sin grandes muestras de dolor, inclina la cabeza ligeramente a la derecha, con tres clavos, con el pie derecho sobre el izquierdo y el paño de pureza por encima de la rodilla anudado a la cadera, según el estilo del siglo XIV. En el reverso, también bajo un elegante doselete gótico, la Virgen con el Niño, ataviada con túnica, manto, velo y corona.




Vista de las tres siguientes piezas que vamos a ver.






Capitel del Lavatorio. Ca. 1300-1320. Granito. Claustra Nueva, Catedral, Ourense. 39 x 37 x 37 cm.

Pieza del mes: Noviembre de 2002. Autora de la reseña: Ana Mª Veiga Romero. Texto extraído de: http://www.musarqourense.xunta.es/wp-content/files_mf/pm_2002_11_esp.pdf


Ya el arte romano había hecho intervenir a la figura en el ordenamiento del capitel; en sus cálatos se mezclan cabezas, "putis", medias figuras humanas o pequeños dioses con hojas de acanto o roble, pero siempre de manera excepcional e incompleta, sin desarrollar en él composiciones propiamente dichas.

Los tanteos imprecisos de los relieves apenas caligráficos del prerrománico concluyen en la decimoprimera centuria con la recuperación plena de la escultura arquitectónica. Es entonces, cuando un rico repertorio de formas, siempre ajenas a la vida y a la realidad, pero llenas de expresividad van a decorar tímpanos, portadas, ménsulas y capiteles.

Nace así lo que conocemos como capitel historiado, que se va llenando de caprichosas ornamentaciones, donde plantas, sirenas y fantasías se confunden, y en los que la figura humana es a la vez animal u hoja.


La escultura románica es un sistema cerrado y unitario subordinado a la arquitectura, a sus funciones constructivas y a sus leyes. Se pretende una lectura intelectualizada de las imágenes, despreocupadas de todo lo que no sea contenido.

Siguiendo estas reglas el escultor crea una naturaleza distorsionada y complejos repertorios iconográficos de temática muy variada que reflejan la visión que el hombre del siglo XI tenía de Dios: la Maiestas Domini, el Crismón, la confrontación de vicios y virtudes, el ciclo del Viejo y del Nuevo Testamento o el Juicio Final, siempre dentro de un tono distante y épico, propio de una época de cruzadas y peregrinaciones.

Agotado el sistema, desde finales del siglo XII se buscan nuevas fórmulas. A partir de este momento, la naturaleza, la moral y la historia serán el espejo donde se mire este nuevo arte. Los temas serán los mismos pero modificando su tratamiento.

La figura de Dios como juez se humaniza, en una visión dualista, es la vez una amenaza y un consuelo. Así, la figura de Cristo se muestra amable bendecido en el parteluz de algunas portadas y se recurre a los ciclos de la Navidad y la Pasión, más cercanos a la una nueva sensibilidad.


A este espíritu responde la pieza que nos ocupa. Se trata de un capitel en el que se representa, en relieve, la escena evangélica del Lavatorio de los pies. En su cara principal aparece la figura de Cristo con túnica y nimbo crucífero en el momento de lavarle los pies a Pedro. Completan la composición las figuras de ocho apóstoles, sentados y agrupados de a dos en sagrada conversación, excepto dos que enseñan en los ángulos sus cabezas.

Este capitel se encuentra en ese contexto de indefinición y transición que Moralejo define como "estilo orensano". Forjado por la mano de los escultores con seguridad foráneos de la Claustra Nueva de la catedral ourensana, pervivirá en el tiempo, extendiéndose poco a poco, durante la primera mitad del siglo XIV por distintos puntos de Galicia.





Capitel. Siglo XII. Granito. 40 x 56 x 35 cm.

Pieza del mes: Febrero de 2008. Autora de la reseña: Ana Mª Veiga Romero. Texto extraído de: http://www.musarqourense.xunta.es/wp-content/files_mf/pm_2008_02esp.pdf


Se trata de un capitel entrego de cesta troncopiramidal, de cuidada labra y considerables dimensiones. Está decorado en cada una das sus tres caras por un grifo de estilizado cuello, que vuelve la cabeza para picar el plumaje de las alas.

La pieza está labrada con gran detallismo, señalando cuidadosamente las plumas enconchadas y los enormes espolones de las patas delanteras, las garras de león en las traseras y el rabo que cruza por encima del lomo. En algún momento debió de estar policromado, pues conserva restos de color blanco y roja.

La falta de estudios en profundidad sobre la iconología y la iconografía de la mayoría de los capiteles del románico gallego no nos impiden comprobar su gran riqueza temática. Los repertorios son abundantes tanto en temas religiosos como profanos, estando, no obstante, los animales quiméricos menos representados, por lo que este capitel resulta, cuando menos, atractivo por su calidad.


Dentro del edificio románico el capitel cumple una doble función: estructural e ilustrativa. En él se apoyan los arcos que sostienen las bóvedas, las arquivoltas de las portadas y los ventanales, los arcos de los frisos o los de las galerías porticadas de los claustros; ocasionalmente, aparecen también ubicados bajo las cornisas.

No obstante, el capitel románico es ante todo el escenario donde se expone un rico repertorio de formas llenas de fuerza y expresividad al servicio de una idea trascendente. Son literatura en piedra para los laicos, a los que no sólo se debe educar en la fe sino sobrecoger, y donde nada es gratuito.

Quizás lo que atrae de los capiteles sea la decoración figurada que muchas veces portan, especialmente en las piezas que suelen encontrarse en el arco triunfal y en las portadas, donde podemos admirar escenas del Antiguo Testamento: Adán y Eva, Daniel entre los leones, la lucha de Sansón... o del Nuevo: Nacimiento, Resurrección, la duda de Santo Tomé,...


Completan este repertorio interesantes manifestaciones de la vida cotidiana, representación de oficios, saltimbanquis, músicos o bailarinas, guerreros a caballo o a pie o escenas de los trabajos de los distintos meses del año que se reproducen en forma de calendarios, pero también vicios y tormentos, y seres fantásticos y mitológicos cómo quimeras, grifos o sirenas que recuerdan el Juicio Final y el poder de divino.

El grifón, representación de origen oriental, es un animal fantástico, ambivalente, mitad león, mitad águila, que en el mundo antiguo aparece cómo vigilante al servicio de grandes tesoros. En la Biblia aparece en el listado de animales impuros por lo que en época románica puede aparecer, tanto como un ser del bestiario del demonio, glorificando al Señor con su derrota o también como guardián del cuerpo de Cristo. En numerosas ocasiones se representan varios afrontados, bebiendo de un vaso o copa, como Fuente de la Vida, o entre árboles, también símbolo de la Vida.



Nuestra Señora del Refugio. Último tercio del siglo XII. Madera policromada y tela. Compostilla, Ponferrada, León. 70 x 23 cm.

Pieza del mes: Abril de 1999. Autora de la reseña: Ana Mª Veiga Romero. Texto extraído de: http://www.musarqourense.xunta.es/wp-content/files_mf/pm_1999_04_esp.pdf


Es una imagen de la Virgen entronizada, tallada en madera, policromada y dorada, de tradición románica. Su rostro, de perfil ovalado y facciones dulces, enmarcada por un velo sujeto por una corona que cae dibujando un zigzag hasta los hombros.

Viste túnica y manto de rica policromía en rojo y azules enriquecidos por motivos de rombos y bordes dorados, que sirven para delimitar las distintas telas y ropajes. Los brazos, que hoy no se conservan, sostendrían al Niño, como es propio en estas Vírgenes.

La parte posterior no está tallada, ya que estas imágenes solían estar colocadas en un lugar preferente, presidiendo el altar mayor.


La iconografía, muy tradicional, responde a modelos románicos de influencia bizantina, donde predomina la presencia de María como Theotocos, siempre en relación directa con la figura del Salvador, su hijo, al que sostiene en brazos, sin mantener con Él una relación maternal, mostrándolo al mundo.

María se representa, así, como la mujer que hace posible el milagro de la Redención, y como tal se muestra, con toda la dignidad, situada en un trono, hierática, frontal e intemporal. Empleando, para esto, una composición cerrada en volúmenes geométricos, reforzada por el empleo de la línea recta.




Continuamos por esta parte de la sala. Desde la esquina en la que se encuentra la imagen de Nuestra Señora del Refugio.



Las dos siguientes piezas que vamos a ver.





Modillón. Segundo tercio del siglo X. Granito. Vilanova dos Infantes, Celanova, Ourense.





Capitel. Segundo tercio del siglo X. Granito. Vilanova dos Infantes, Celanova, Ourense.

Pieza del mes: Noviembre de 2001. Autora de la reseña: Ana Mª Veiga Romero. Texto extraído de: http://www.musarqourense.xunta.es/wp-content/files_mf/pm_2001_11_esp98.pdf


La reforma monástica llevada a cabo por San Rosendo junto con la política de repoblación iniciada por Alfonso III, reformada medio siglo más tarde desde la corte leonesa, va a propiciar la creación en el noroeste peninsular de un arte con un lenguaje diferente.

Estas nuevas formas, definidas por primera vez por Gómez Moreno como arte mozárabe, serían realizadas fundamentalmente por una minoría cristiana que formada en la tradición musulmana habían huido al norte después de la primera persecución cordobesa.

Dentro de este contexto tenemos que entender los elementos constructivos de Vilanova dos Infantes. Villa donada por Alfonso III al abuelo de San Rosendo y confirmada posteriormente a su padre. En ella, fuera de sus murallas, Santa Ilduara, fundará un monasterio familiar dedicado a Santa María.


Abandonado el monasterio, la iglesia pasa a ser parroquial desde el siglo XVI hasta 1614 en que se construye la actual. A partir de esta fecha comienza su paulatino deterioro que tiene un trágico final en 1893, cuando sus piedras son expoliadas y vendidas en pública subasta.

Poco después ingresan en el Museo un capitel y dos modillones procedentes de la iglesia, como donación de José A. Queralt. Gracias a estos restos y a otros que se pueden ver reutilizados en diversos edificios del lugar, y a las notas recogidas por López Ferreiro, Ángel del Castillo o Arturo Vázquez Núñez sobre su planta y estructura, podemos hacernos una idea de la importancia que para el arte gallego del siglo X tiene el edificio.


No es arriesgado pensar que el capitel conservado podría sostener el arco absidal, sobre todo si como creemos el rebaje lateral es original y no producido por los avatares del tiempo, como el quemado que tiene en uno de sus lados, producido durante el incendio de 1927.

Como ocurre con otros elementos de la arquitectura y decoración altomedieval, que evocan el mundo tardorromano, el capitel mozárabe deriva claramente del capitel corintio, interpretado bajo el influjo de elementos asturianos, indígenas y andalusíes lo que le da un carácter propio.

En este caso, el capitel se organiza con doble corona de hojas, caulículos, ábaco..., pero los perfiles redondeados de la labra y la sensación de bloque lo apartan de la concepción clásica del capitel corintio, aunque en el sogueado de los caulículos y en el motivo de tallo ondulado en la base del capitel está presente esa tradición.



Relieve de la Adoración de los Magos. Finales del siglo X, comienzos del siglo XI. Granito. San Xoán de Camba, Castro Caldelas, Ourense. Donación de Vicente Alonso Salgado 1897. 58 x 53,5 x 25,5 cm.

Pieza del mes: Diciembre de 2001. Autora de la reseña: Milagros Conde Sánchez. Texto extraído de: http://www.musarqourense.xunta.es/wp-content/files_mf/pm_2001_12_esp.pdf


En el año 876, el rey Alfonso III impulsó la repoblación de los nuevos territorios conquistados a los musulmanes en el valle del Duero mediante un edicto que supuso la privatización del suelo. Esta disposición ejerció una importante atracción sobre los cristianos que vivían en territorio musulmán (mozárabes), que procuraban huir de las tensiones generadas por el emir Mohamed I. Abades y comunidades monásticas mozárabes se trasladaron al norte, fundando iglesias y monasterios.

Diversas fuentes documentales dan fe de la existencia de un antiguo monasterio en San Juan de Camba, pueblo de las tierras de Castro Caldelas, fundado por el obispo Diego a mediados del siglo X.

Del antiguo edificio no quedan restos, excepto los que alberga el Museo desde mayo de 1897, gracias a la donación del obispo de Astorga D. Vicente Alonso Salgado, y que son una ventana geminada y dos relieves figurados que hasta su traslado estaban empotrados en un muro de la casa rectoral.


En uno de estos relieves, labrados en sillares graníticos, aparece la escena de la “Adoración de los Magos”. Mediante una composición en hilera, aparecen las figuras de la Virgen con el Niño y los tres magos. Sentada en un trono que realza su dignidad, la Virgen recibe junto a su hijo los diferentes regalos de los magos, de los que destaca el segundo por su actitud genuflexa. Un marco liso rodea la escena que está tallada en reserva. Precisos perfiles redondeados marcan de manera ruda sus trazos fisonómicos, visten túnicas que no les llegan a los pies y en las que se insinúan unos ligeros doblajes.

Esta representación es también conocida como “Epifanía”, término que etimológicamente se corresponde con la “manifestación” del hijo de Dios, y teológicamente se aplica también al “bautismo” de Jesús y a su transfiguración. En iconografía designa en particular la “Adoración de los Magos”, tema básico en el ciclo de su infancia y considerado como uno de los más antiguos y difundidos en la iconografía cristiana de todas las épocas.



Ventana. Siglo X. Granito. Reza Vella, Santiago das Caldas, Ourense. Donación de los hermanos Fernández González.

Pieza del mes: Marzo de 2000. Autor de la reseña: Francisco Fariña Busto. Texto extraído de: http://www.musarqourense.xunta.es/wp-content/files_mf/pm_2000_03_esp.pdf


Esta pieza es un resto constructivo de un edificio del siglo x, del que hay otros restos, que nos revelan la existencia de un oratorio de la época mozárabe en las orillas del Miño, en Reza Vella, en las cercanías de Ourense.

Las noticias de la existencia de esta pieza se remontan a los años cincuenta, cuando don Jesús Ferro Couselo la describe y publica una foto con la pieza clavada en la pared de una construcción, identificándola como posible resto de un edificio monástico, una de aquellas fundaciones familiares tan características de la época.

Veinte años después de aquella primera noticia, obras de reforma en el edificio en el que se encontraba inscrita la ventana, permitieron su recuperación e ingreso en el Museo, después de diversas gestiones y de la donación por parte de los propietarios, los hermanos Fernández González.


La ventana es una pieza sencilla, abierta en un bloque granítico único, aunque hoy, luego de su rotura cuando se sacó de su lugar, aparezca como la unión de cinco fragmentos. En el bloque se abrieron dos huecos verticales rematados en sendos arcos ultra semicirculares, tendentes casi al círculo, subrayando los elementos estructurales de la pieza con un liviano surco que los resalta. En la parte superior de los arcos, en la enjuta, un triangulo, único adorno de esta pieza constructiva.

Así como esta pieza ofrece en sí misma algunas orientaciones cronológicas por razones estilísticas y formales, otros elementos reconocibles y conservados en los muros tanto de la edificación de origen como en otras construcciones inmediatas, ofrecen mayor dificultad, a pesar de ser también elementos de interés.

A pesar de su modestia, los restos existentes revelan la existencia de un punto de interés, uno de los pocos monumentos de época mozárabe reconocibles en el entorno de la Ciudad de Ourense; empero la información documental de este primer momento es escasa, limitándonos a suponer que formaría parte de uno de los tantos eremitorios y fundaciones monásticas familiares u oratorios existentes en las márgenes fluviales del Miño y Sil, aquellos que le dieron fama de Riboira Sacrata.



Relieve decorativo. Siglos X-IX. San Martiño de Pazó, Allariz, Ourense. 22 x 37 x 17 cm.

Pieza del mes: Marzo de 2005. Autora de la reseña: Ana Mª Veiga Romero. Texto extraído de: http://www.musarqourense.xunta.es/wp-content/files_mf/pm_2005_03_esp.pdf


Del lugar de Palatiolo, citado por primera vez en una escritura de donación del año 982 en la documentación de Celanova como ubicación de un monasterio familiar que, con sus bienes, se integró años después en las propiedades de San Salvador de Celanova, procede este curioso relieve que debió de formar parte de uno de los edificios de este complejo monacal, en la que pudo haber desempeñado la función de remate de una pilastra o elemento decorativo de un friso.

El edificio eclesial de Pazó, a pesar de las reformas sufridas a lo largo de los años, sobre toda las llevadas a cabo a finales del siglo XVIII y comienzos del XX, conserva aun importantes restos en pie, estudiados en su día por Joaquín Lorenzo y años más tarde por Rivas Fernández, quien descubre y da a conocer la pieza en 1976.


Es un bloque granítico con dos caras decoradas, rematando la principal con una ligera curvatura. Las escenas se muestran dentro de un marco sencillo, que define el plano de fondo de los relieves.

En el frente está representada una figura masculina vestida con túnica corta ceñida en la cintura que levanta sus brazos y ofrece las palmas de las manos, en la actitud caracterizadora del “orante”; a su lado, presenta una hoja del mismo tamaño, con una nervadura central y otras laterales resaltadas, que más que una hoja parece un árbol, y como tal Árbol de la Vida fue interpretada por su descubridor.

En el recuadro lateral, muy erosionado y apenas visible, se insiste en la temática vegetal, mostrando dos hojas o árboles como los de la cara principal.

Desde el punto de vista estilístico, el desgaste superficial que potencia el carácter rudo y tosco de sus formas plásticas no impide establecer un vínculo con la tradición plástica anterior, de la que se separa en el resalte volumétrico sobre el plano de fondo y en un mayor redondeo de las formas, frente a la labra a bisel de la época anterior. Estos hechos nos llevan a atribuirla al siglo X.




Ahora vamos a detenernos en San Pedro de Rocas, en el municipio de Esgos. Click Aquí para ver nuestra visita al Monasterio de San Pedro de Rocas.

Lápida de San Pedro de Rocas.

Nota: La pieza estaba situada en lugar destacado, cerca de la puerta de entrada a la sala, como pieza del mes en el momento en que se hizo nuestra visita.


Pieza del mes: Febrero de 2017. Autor de la reseña: Francisco Javier Pérez Rodríguez. Texto extraído de: http://www.musarqourense.xunta.es/wp-content/files_mf/pm_02_201753.pdf


La razón que otorga a San Pedro de Rocas su lugar único en el panorama monástico gallego e hispano es la pieza protagonista de estas líneas: la lápida que, considerada en ocasiones “fundacional”, se conserva en la actualidad en el Museo Arqueológico Provincial de Ourense.

Se trata de una inscripción hecha en una losa de granito en la que figura un texto repartido en cuatro líneas, rodeado por una soga que, partiendo del lado derecho, divide el espacio central en dos partes, con dos líneas de texto sobre y debajo de ella. La soga termina en el espacio izquierdo con una cruz. El texto es el siguiente:

[H]EREDITAS : N
EVFRAXI : EVSANI
QUINEDI : EATI : FLAVI
RVVE : ERA DA C XA I

De ella destaca en primer lugar la fecha: año 611 de la era hispana, que lleva a nuestro año 573. La palabra de apertura, HEREDITAS, hace pensar que se trata de una donación al supuesto cenobio entonces existente, hecha por los nombres que figuran detrás de la N -¿NOS?-, como mínimo cinco: EUFRAXI, EUSANI, QUINEDI, EATI y FLAVI, pues queda poco claro qué es exactamente RUVE, si un sexto hombre, o apellido de FLAVI -¿o de todos ellos?-, o algo que no se sabe exactamente de qué se trata.


Al interpretarse el texto como donación y, en función de su evidente antigüedad, no cabe duda de que puede tomarse como la dotación inicial del primer monasterio de Rocas.

Hay que hacer referencia a la duda de si estamos ante la piedra original, labrada en el 573, o ante una copia posterior que, sólo por haberse hecho, redunda en el valor del texto grabado. No cabe duda de que el sogueado que rodea y parte el texto, típico del arte prerrománico asturiano, parece declarar que fue hecho en los siglos IX o X.

A esta datación contribuye la innegable relación de este sogueado con el del pie de altar (ara) de la misma iglesia, conservado también en la actualidad en el Museo Arqueolóxico Provincial. Sus arcos de herradura llevan su hechura más al siglo X que al VI, avalando así que estaríamos ante una copia de la inscripción original hecha en el tiempo en que se elaboró este pie de altar.

Original o copiada cuatro o cinco siglos después, es evidente que siempre fue transcendental para la comunidad religiosa que sucesivamente vivió en Rocas, como lo demuestra que fuera conservada en la iglesia nada menos que hasta el siglo XX.

La transcendencia de la lápida reside indiscutiblemente en su fecha, que hace de ella el primer testimonio de la vida monástica en Galicia.


Es también lógico -como ha hecho la historiografía- relacionar el texto con el II Concilio de Braga, celebrado el año anterior -572-, y con la figura de San Martín de Dumio o Braga, que lo presidió. Apóstol del cristianismo en la Gallaecia o, mejor dicho, en el reino suevo, san Martín pasa por ser impulsor y difusor del monacato en el referido reino.

Uno de los cánones del concilio muestra como por entonces estaban fundando iglesias no sólo el episcopado o los eclesiásticos, sino seglares particulares. Los obispos consagrarán estas iglesias “propias”, si bien, antes de hacerlo, deben comprobar que el templo cuenta con unos bienes que aseguren un culto decente.

A la vista de este canon, la lápida de Rocas bien puede pasar por una transcripción en piedra, resumida, de esa escritura de donación que exjgen los padres de la iglesia sueva reunidos en Braga.

En conclusión, y a pesar de las dudas, creo que la lápida de Rocas es verdaderamente un testimonio de la difusión del cristianismo en el territorio auriense en la segunda mitad del siglo VI. Recuérdese, también, que la primera noticia de un obispo en Ourense data del 560, por su presencia en el I Concilio de Braga.

Desde la sede episcopal se fomentaría la propagación de la fe en Cristo, que se intensificaría con la definitiva conversión de los suevos a la fe ortodoxa de Nicea, dando lugar al nacimiento de nuevas iglesias en el rural entre las que San Pedro sería una más, privilegiada en función de que de ella se conserva la donación que puede ser su dote. Obsérvese que digo “iglesia”, que no monasterio, pues la fundación pudo haber sido tanto una como otra cosa.




Ara. Siglo VI. Granito. San Pedro de Rocas, Esgos, Ourense.

Pieza del mes. Septiembre de 2005. Autor de la reseña: Francisco Fariña Busto. Texto extraído de: http://www.musarqourense.xunta.es/wp-content/files_mf/pm_2005_09esp.pdf


Se conserva en el Museo una pieza singular, un pilar prismático de granito, con las dimensiones de 43 cm. de frente, 41 cm. de fondo y 77 cm. de altura, procedente de San Pedro de Rocas. Ingresó hace dos décadas por depósito de la Excma. Diputación Provincial con el fin de garantizar su conservación, después de diversas actuaciones vandálicas. Es una muestra representativa de los altares del primer momento del cristianismo en Galicia.

Su forma, un bloque prismático, constituye la forma más antigua del altar cristiano, de los que hay un ejemplar de gran interés en la iglesia de San Torcuato en Santa Comba de Bande, éste marmóreo, y otros semejantes, también de una piedra de granito, en Santa María de Mixós o el más próximo de Ambía, derivando claramente de las aras romanas.



El altar está decorado en sus cuatro caras por un doble arco de herradura, rebajado sobre columnillas sogueadas. Los arquitos aparecen doblados por motivos incisos y en la enjuta un elemento triangular. Un motivo de cordón doble remata la parte baja de la pieza en todo su contorno. En una de sus caras presenta un nexo epigráfico, hecho por incisión y de difícil lectura e interpretación, que puede vincularse con Christus, a manera de crismón con muchas peculiaridades.

Su ornamentación, calificada por algunos como mozárabe, la podemos relacionar con uno de los elementos más reveladores de la arquitectura prerrománica en la provincia: el arco de herradura, manifestado en numerosas ventanas geminadas procedentes de edificios de este período o restaurados en ese momento.

Pero es necesario resaltar que el tema de los arcos de herradura y los sogueados es frecuente en numerosas estelas romanas del Noroeste Peninsular, por lo que el peso de la tradición no debe descartarse y, por encima, está el hecho de la presencia en el mismo lugar de la lápida fundacional, del año 573, con los mismos temas y, establecida la relación, cabe pensar que sean coetáneas las dos piezas.


Así, atendiendo a su semejanza formal, tanto el ara como la lápida fundacional, corresponderían a un momento cronológico común, el momento más antiguo del convento de Rocas, lugar expresivo de la organización de la vida cristiana del siglo VI en la Ribeira Sacra, bajo el influjo de Valerio del Bierzo, Fructuoso o Martín de Braga, en el que el elemento de más peso en la datación será la mención de la Era que aparece en la lápida: Era 611 (año de Cristo 573).

El problema de enlazar la fecha de la inscripción (año 573) con la fecha que mejor cuadraba estilísticamente a los motivos de su decoración y la del altar (s.IX-X) se intentó salvar considerando la inscripción como copia circia de otra anterior pero hecha tres siglos después. Sin embargo, como dice Duro Peña no hay razón para dudar de la falsedad de la lápida ni de su inscripción y son solo motivos formales y estilísticos los que parecen cuestionar la cronología común de inscripción y altar.

Parece más razonable considerar los dos monumentos de la misma época y dar validez a la fecha que figura en uno de los testigos, la lápida fundacional.




A la izquierda del Ara de San Pedro de Rocas está la siguiente vitrina que vamos a ver.



Ahora nos acercamos a la vitrina. Contiene cinco piezas. Vistas generales de la vitrina, los dos lados de la misma.






Píxide. Finales del siglo XIII. Cobre sobredorado con esmaltes champlevé. Ouvigo, Os Blancos, Ourense. 7 x ø 6 cm.

Pieza del mes. Septiembre de 2003. Autora de la reseña: Ana M.ª Veiga Romero. Texto extraído de: http://www.musarqourense.xunta.es/wp-content/files_mf/pm_2003_09_esp.pdf


El yacimiento paleocristiano de Ouvigo, lugar del Ayuntamiento de Os Blancos (Xinzo de Limia), fue descubierto y dado a conocer por el Dr. don Antonio Rodríguez Colmenero en el transcurso del verano de 1971 al ser delegado por el entonces director del Museo Arqueológico, don Jesús Ferro Couselo, para efectuar el inventario artístico de la Limia y su comarca.

Notificado el hallazgo, en 1972 se efectúa una primera excavación de urgencia a la que seguirán, dado el interés del yacimiento, cuatro campañas más que rematarán con la exhumación de una necrópolis y de una edificación de factura, al parecer de su investigador, claramente romana.

Construida probablemente a finales del siglo IV o comienzos del V, fue definida por su descubridor, desde un primero momento, como un oratorio cristiano de tipo rural, que pasaría desde sus orígenes por distintas fases constructivas y de ocupación.

La pequeña iglesia, ya en plena etapa románica, tendrá una gran actividad como lo testimonian las numerosas sepulturas de esta época y los diversos objetos litúrgicos, de datación segura, entre los que se encuentra la píxide que hoy presentamos.


Se trata de un pequeño copón o píxide realizada en cobre dorado y decorada con esmalte excavado o champlevé en pasta opaca de color azul y blanco. Tiene forma cilíndrica y una tapadera cónica que se supone estaría rematada por una cruz que hoy le falta.

El sistema de cierre consiste en un gozne con un pasador. Su esquema decorativo se estructura en cuatro medallones, dispuestos dos a dos en el cuerpo inferior y otros dos en la tapa. Cada uno de ellos presenta en su interior el anagrama IHS, con una pequeña cruz y un signo parecido a una omega.

Obedece a una tipología muy común como lo demuestra la gran cantidad de piezas que se conservan en distintos museos y, hasta el concilio Vaticano II, en no pocas iglesias rurales.

Las píxides - por otros nombres copón o ciborio- son pequeñas cajas destinadas a reservar y guardar la Eucaristía o para llevar la comunión a los enfermos y moribundos. Su interior solía estar revestido de un pequeño corporal de lino que separaba las hostias las unas de las otras al mismo tiempo que las protegía del contacto con el metal.

Su origen se remonta a los primeros tiempos del cristianismo, pero es a partir de finales del siglo IX cuando su uso se generaliza.



Cristo. Siglos XII-XIII. Cobre esmaltado. Donación de Juan Neira Cancela.



Cristo. Siglos XII-XIII. Cobre esmaltado. Donación de Benito Fernández Alonso.



Cristo. Siglos XII-XIII. Cobre esmaltado. Razamonde, Cenlle, Ourense. Donación de Camilo Villanueva.




Cristo. Siglos XII-XIII. Cobre esmaltado en champlevé. Donación de Benito Fernández Alonso.

Pieza del mes: Febrero de 2001. Autora de la reseña: Ana M.ª Veiga Romero. Texto extraído de: http://www.musarqourense.xunta.es/wp-content/files_mf/pm_2001_02_esp.pdf


Es indudable el origen limousín de muchas de las piezas esmaltadas de uso litúrgico de los siglos XII y XIII que se conservan en museos y catedrales. Sin embargo, desde que en 1936 el crítico e hispanista inglés Hildburgh pusiera en tela de juicio el monopolio de Limoges, demostrando el origen hispánico de los esmaltes meridionales y la prelación cronológica de nuestros esmaltes champlevé, frente a los realizados en Limoges, resulta arriesgado asignar con certeza su filiación, sobre todo en piezas pequeñas.

La pieza que hoy presentamos responde a un modelo plenamente románico, por otra parte de larga tradición en Galicia. Lo más probable es que formase parte de una cruz latina, de ápices ensanchados, con alma de madera recubierta con láminas de cobre y adornada de chatones y esmaltes, presidida por figura de Cristo.

A los pies, como era tradicional, se situaría la Virgen, testigo de excepción y corredentora; en los brazos menores el Tretamorfos. En el reverso posiblemente figuraría San Juan. También pudo adornar un evangeliario. El esmalte se circunscribe al faldón de Cristo, estando el resto protegido con una lámina dorada, para evitar la oxidación, hoy parcialmente perdida.


La técnica del esmalte excavado o campeado consiste en aplicar una pasta de vidrio, que se hace de polvo de sílice, óxido de plomo, sosa, mezclados con materias colorantes, como el óxido de cobalto (azul), el manganeso (violeta), el óxido de cobre (verde). Hecha la mezcla se aplica en los huecos o casillas excavados en la chapa de bronce o cobre, generalmente sobredorada, para evitar que la oxidación le quite el brillo obtenido por el pulimento.

Su mayor apogeo se acostumbra a vincular al mundo románico, en plena Edad Media. En este período se utilizaban con frecuencia en sustitución de piedras y metales preciosos que decoraban las piezas dedicadas al uso litúrgico y a la exaltación de las escenas sagradas.



Fin de la Parte 2.

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